lunes, 14 de junio de 2010


“Siddharta reflexionó mientras caminaba lentamente. Se dio cuenta de que ya no era un joven, sino que se había convertido en hombre. Sentía como que algo le había abandonado, como la vieja piel desampara a la serpiente; comprendió que algo ya no existía en él, algo que siempre le había acompañado y que había sido parte de su ser durante toda su juventud: el deseo de tener profesores y recibir enseñanzas. Incluso había abandonado a Buda, el último profesor que se cruzara en su camino.

Pensativo, Siddharta caminó aún más lentamente, mientras se preguntaba a sí mismo:

“¿Qué has querido aprender de las doctrinas de los profesores? ¿Qué es lo que ellos no han podido enseñarte, a pesar de lo mucho que te han ilustrado?”

Y se contestó:

“Era el yo, cuyo sentido y carácter quería comprender. Era el yo, del cual me quería liberar, al que quería superar. Pero no lo conseguí, tan sólo quería engañarlo, únicamente podía huir de él. De ninguna otra cosa del mundo sé tan poco como de mí, de Siddharta”.

El pensador se detuvo dominado por estas ideas; de pronto, saltó de este pensamiento a otro, uno nuevo que decía:

“Únicamente hay una causa, una sola causa que explique por qué no se nada de mí, que Siddharta me sea tan extraño y desconocido: ¡Yo tenía miedo de mi mismo, huía de mi mismo! Buscaba al Atman… Estaba dispuesto a destruirme para encontrar la esencia, la incógnita, el núcleo de todo, el Atman, la vida, lo divino, lo último. Al hacerlo, me perdí a mi mismo”.

Lo mejor para entender la vida es aprender de nosotros mismos, ser nuestros propios discípulos, conocernos, interiorizarnos en el misterio de cada uno de nosotros.”

HERMAN HESSE
SIDDARTA (FRAGMENTO)
FOTOGRAFÍA: PATRICIO HIDALGO

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